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Tu Museo Interno Marián López Fdz. Cao
Dinamizadoras del Taller: Andrea López Iglesias, Natalia 

El taller “Tu museo interno” tuvo lugar durante el mes de junio, todos los lunes, desde las diez de la mañana a las dos de la tarde. Dentro del programa de la Fundación del Secretariado Gitano,  el taller se insertaba dentro de una amplio programa de formación y desarrollo de capacidades dirigidas a la capacitación laboral y búsqueda de empleo. ¿Por qué un taller sobre el museo simbólico que todos llevamos dentro? ¿Por qué mezclar la cultura con la inserción laboral? ¿Ayuda una visita a un museo a encontrar trabajo?

Desde el grupo EARTDI, de la Universidad Complutense, el Museo Thyssen y la fundación Secretariado Gitano pensamos que ver una imagen, sentirla, saber de ella, de sus autores, sus orígenes y sus procesos, saber escucharla y mirarla, podía ser una oportunidad de eliminar prejuicios sobre lo “cerrado” de las obras de arte, el sentimiento de “alta cultura” con el correspondiente alejamiento que podía generar en los y las jóvenes de etnia gitana y cómo podía a su vez convertirse en una metáfora de sí mismos y también de las relaciones de género que se establecían a través de las imágenes y nuestras miradas sobre ellas. 

A través del taller queríamos que las obras del museo pudiesen abrirles nuevas narrativas, generar un universo simbólico de memoria emocional que les ayudase a reflexionar sobre los prejuicios externos e internos, pero también que les ayudase a construir un pequeño territorio emocional de objetos, imágenes, sonidos y texturas. Un territorio de imágenes que también les hablara de si mismos, como mujeres y hombres con identidades asignadas por los otros, pero con el derecho a nombrarse a si mismos, a si mismas. El museo se abría a ellos y ellas para enseñarles los tesoros que las imágenes guardan: que sólo se perciben si nos abrimos a mirarles a los ojos con la calma con la que se conoce a los amigos, con la que se conoce al otro: sin preconceptos, escuchando y mirando de modo empático, tratando de abrir nuestra conciencia a la alteridad. ​
​El primer día nos encontramos en el Museo Thyssen, donde nos recibió Alberto Gamoneda, uno de los educadores del museo con una capacidad de entusiasmar con los relatos posibles sobre las imágenes, haciendo sentir al grupo poseedor de las imágenes y los espacios del museo, como quien invita a comer a su casa cediendo el mejor puesto en la mesa. Nos presentamos todos en el aula de educación  y comenzamos a hablar sobre qué era para nosotros un museo, si habíamos estado antes y si era así, qué impresiones habíamos obtenido. Algunos de los y las chicas no habían estado nunca y alguno relató cómo el guarda estaba preocupado de que no sobrepasara la línea de contemplación de las obras y cómo eso le hizo sentirse inseguro y observado. Alberto nos invitó a  subir al museo y sentarnos ante varias obras: El columpio, New York City, Verde sobre marrón de Pollock fueron algunas de las obras elegidas. Alberto nos invitó a hablar de ellas, de la sensación que nos producía, si era la misma en chicas que en chicos, ampliándonos alguna información que nos servía para comprender los procesos y los motivos de algunas de las obras. Hablamos de qué música nos evocaban las imágenes, qué sensaciones, qué paisajes o emociones relacionadas con nuestras propias biografías. Tras ello, de vuelta al taller, nos encontramos con nuestra propia imagen en el espejo: aquella que sabíamos de memoria y la que nos miraba desafiante. Comprendimos las diferencia entre lo mental y lo visual y comenzamos a comprender lo importante de una mirada de no quiere saber de conocimientos anteriores y se atreve a ser fuente de conocimiento.
​durante la siguiente sesión, invitamos al grupo a comenzar una narración propia a través de las imágenes. A través de la actividad “círculo de historias”, invitamos a que cada joven eligiera una imagen y la acompañara con una o dos palabras y, seguidamente, que esta imagen pasara por todos sus compañeros, que sucesivamente, iban añadiendo palabras surgidas de las asociaciones que ellas y ellos hacían. Cuando la imagen retornaba definitivamente a cada uno de ellos, les invitábamos a reflexionar sobre la relación de la imagen con las palabras escritas por el/ella y sus compañeros y qué tenía que ver todo ello con su propia biografía. 
Tras trabajar con ello a través de la arcilla, cada uno de los componentes del grupo compartió la experiencia con el grupo.
El tercer día comenzó con una pequeña relajación seguida de una visualización en la que se invitaba a los participantes a imaginar un color, imaginarlo, y pensar en la emoción que asociaban con el color. Una vez localizada la emoción, se les invitaba a localizar esta emoción en una parte del cuerpo, y ser conscientes de la conexión entre la emoción y el cuerpo.  Posteriormente, cada uno de los participantes eligieron una o varias imágenes del museo con las que querían trabajar, tratando de unir la historia de cada imagen con la narrativa íntima de cada uno de ellos. ¿Hasta qué punto las narrativas difieren? ¿Hasta qué punto se entrecruzan? ¿Por qué las hemos elegido? ¿Qué elemento de unión tienen con nuestras vidas?
A partir de esta reflexión, cada uno de los participantes construye una obra que trate de reunir esa narrativa, para luego compartirla con los demás, notando como la propia obra despliega parte de la experiencia anterior, pero ahonda en la historia de vida de cada uno y cómo, cada obra, tienes múltiples modos de mirarla.
El cuarto día, de vuelta al Thyssen, reconociendo parte de las obras que habíamos elegido, sucedió algo inesperado. Varios de los componentes del grupo, más integrados y con confianza, propusieron realizar sus narrativas a través de la música, donde se sentían más seguros, con una mayor fluidez y mayor capacidad narrativa.  Una de las componentes interpretó la obra “Habitación de Hotel” de Edward Hopper con una carga de sentimiento y emoción que se convirtió en una experiencia trascendente, llena de significado compartido.
​Animados por esta experiencia, varios de los componentes interpretaron la obra de Wassily Kandinsky, a través de la voz y las palmas.
Dos de los componentes, eligieron una obra de Max Ernst, para definir su identidad. A partir de ese momento, el grupo fue invitado a profundizar sobre la obra elegida, tanto de forma individual como en parejas o en grupo, con la intención de presentarla al público en general de museo.

​El quinto día, que se desarrolló en la fundación del Secretariado Gitano, cada componente, sea de forma individual, en pareja o en grupo, profundizó en su relación con la obra elegida tanto a través de la pintura, la música o el canto. A través del conocimiento de las obras, su historia y sus procesos,  unidos a los sentimientos y emociones que habían emergido en su contemplación, se estableció una relación que poco a poco, se dirigía a una armonía entre narrativas que se encontraban y abrían. Poco a poco, se abría un proyecto que relacionaba, a través de la imagen, dos realidades diversas que confluían en un encuentro no sólo estético sino emocional.
Entonces, la parte comunicativa se hizo presente: cómo comunicar lo sentido a los otros, como situarse, como tomar conciencia del propio cuerpo y la propia respiración para poder transmitir el viaje que habíamos llevado a cabo con las obras del Thyssen.
Cada persona, cada grupo, cada pareja, mostró en los ensayos cómo la comunicación de lo propio debe hacerse con seguridad, pero también mostrando la empatía hacia el grupo.
El sexto día se presentó el resultado a los visitantes del museo.
​Nerviosos, con sus mejores galas, empoderados por un conocimiento que habían desarrollado en las anteriores sesiones, las presentaciones de las obras nos hicieron vibrar.
La interpretación de la habitación de Hotel, de Edward Hopper, consiguió hacernos sentir solas, sin amor, pero conscientes de una pena vital que se desagarraba en la comunicación con los otros. 

La obra No 196 de Wassily Kandinsky, nos llevó a una abstracción de colores, traducida al cajón rumbero, la guitarra y la voz, que, por unos instantes, invadió los espacios del museo, haciéndonos sentir, vibrar y cerrar los ojos para ver mejor, por fin, una imagen.
La presentación de la obra “Treinta y tres niñas buscando la mariposa blanca” de Max Ernst, nos llevó a buscar una mariposa por la obra y cómo la feminidad a veces, también explota como lo hace el color en la obra de Ernst. Y comprendimos, por qué esa imagen tenía que ver con una identidad adolescente, en cambio permanente, que se busca y estalla.
Como contraste, la obra sin título (Verde sobre marrón), de Mark Rothko, nos pudo trasladar, a través del cajón rumbero y la voz, a una cartografía emocional donde los colores se hunden y sobresalen, como en una travesía martítima por los espacios del afecto y el conocimiento interior.
Por último, la obra “Retrato de una mujer” de Alberto Giacometti, se convirtió en una narrativa de la vida de un hombre, un homenaje a un abuelo, un hombre que había sabido cuidar y en el que el cariño cambiaba de género y se convertía en un sentimiento universal en los ojos de una nieta que a través de aquella obra había viajado hacia su infancia y había reconocido en el cuerpo de aquella mujer pintada por Giacometti, el rostro amable de un ser que la había querido.
El museo es un contenedor de historias, como lo somos cada uno, cada una de nosotras. Hace falta sentirse acogido, pero también predispuesto a dejarse atrapar por el elemento de sorpresa y conexión que cada obra trae consigo si nos permitimos mirarla. 
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